
La lengua del mundo I
Sólo hay mundo donde hay lenguaje
Heidegger
HACIA EL POEMUNDO EN EL DOMESTICOSMO
Ahora que el mundo nos saca la lengua, pienso en la lengua del mundo, en el lenguaje, que es esa red con la que apresamos a ese mismo mundo tratando inútilmente de describirlo (¿de entenderlo?). El lenguaje se lo tuvimos que robar a los dioses, que conocían su potencia: gracias a Prometeo nuestras tribus pudieron calentarse con el fuego de las leyendas, y empezamos entonces a contarnos.
Dice una antigua tradición jasídica que Dios creó a la humanidad porque le gustan las historias. Pero se nos pegó: empezamos también a tejer un sinfín de ficciones. Incluso descubrimos que al contarlas estábamos también contándonos. Luego ya vino a explicarnos Wittgenstein que los límites de nuestro lenguaje son además los límites de nuestra mente. Y empezamos a crear campañas de lectura, casi en defensa propia frente a todo-lo-que-nos-limita y eso-que-intenta-reducirnos.
Así que aquí estamos, limitados por un lenguaje ilimitado. Trata el poder de cambiarnos los límites, y también los lenguajes. Y nosotros tratamos de reapropiarnos del lenguaje, de volver a hacer nuestras las palabras —que ya lo son—. Por eso la poesía es necesaria: por lo que tiene de erotización de ese lenguaje, como decía Octavio Paz, porque lo hace bailar (“la poesía es la prosa que se mueve”, decía el maestro Parra), porque nos abre hacia el futuro. Y hoy necesitamos el futuro.
En las situaciones más delicadas, buscamos especial refugio en el lenguaje. Y nos lo da. Guy Debord, autor de La sociedad del espectáculo, ilustró como nadie el imaginario poético de Mayo del 68, que nos dejó muy claro que está “prohibido prohibir”(una de esas paradojas propias del mejor poeta, a la altura de “sólo sé que no sé nada”; si hay paradoja, hay poesía). Ahora vemos brotar a chorro la necesaria medicina del ingenio lingüístico, que nos avisa de que “no volveremos a la normalidad, pues la normalidad era el problema” o de que “no estamos encerrados, estamos a salvo”.
Por eso no debemos decir “confinamiento”, “encierro”, “reclusión”. Llamémoslo “libertad interior”, “casadentro”, “autoencuentro”, “domesticosmo”. Que las palabras construyen el mundo, y queremos un mundo otro, un mundo nuevo, un lenguaje entero, nuestro, confortable, poético.